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viernes, 8 de junio de 2012

El Vicario de Cristo, el Santo Papa Benedicto XVI y su punto de vista de la Solemnidad del Corpus Christi.


El Vicario de Cristo, el Santo Papa Benedicto XVI y su punto de vista de la Solemnidad del Corpus Christi.
La adoración al Santísimo crea el mejor «ambiente espiritual» para asistir «bien y en verdad» a misa

"Al celebrar en la tarde de este jueves la Santa Misa y la procesión eucarística por la solemnidad del Corpus Christi, el Papa Benedicto XVI dijo que la Eucaristía, el Sacramento del amor de Cristo, debe impregnar toda la vida cotidiana.
El Santo Padre celebró la Santa Misa en la Basílica de San Juan de Letrán, y posteriormente dirigió la tradicional procesión junto a miles de fieles, hasta la Basílica de Santa María la Mayor.
En su homilía, Benedicto XVI reflexionó sobre dos aspectos del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad.
El Papa explicó que es un error "contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia la una contra la otra. Es precisamente, todo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento constituye el ambiente espiritual en el cual la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía". "Sólo si está precedida, acompañada y seguida por esta conducta interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor", añadió.
"El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que Él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa y, luego, una vez que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, y sigue recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre". El Papa dijo luego que es importante en la sociedad mantener "lo sagrado (porque) tiene una función educativa, y su desaparición, inevitablemente empobrecería la cultura, especialmente en la formación de las nuevas generaciones".
"Si por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y sin más necesidad de signos sagrados, se aboliese esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma resultaría ‘aplastado’, y nuestra consciencia personal y comunitaria quedaría debilitada... Pensemos en una madre y un padre, que en nombre de una fe secularizada, privasen a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad terminarían por dejar campo libre a muchos sustitutos pertenecientes a la sociedad del consumismo, y a otros signos que más fácilmente podrían convertirse en ídolos", explicó.
En este sentido, recordó que Dios mandó a su Hijo al mundo "no para abolir, sino para dar cumplimiento a lo sagrado. Y en el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, el memorial de su Sacrificio pascual... De este modo, se puso a sí mismo en el lugar de los antiguos sacrificios, pero lo hizo dentro de un rito que encomendó a los Apóstoles perpetuar, el signo supremo del verdadero Sagrado, que es Él mismo".
Benedicto XVI recordó luego que la Eucaristía, "el Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana": "En efecto, concentrando toda la relación con Jesús-Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, nos ponemos en el riesgo de vaciarnos de su presencia el resto del tiempo y el espacio existencial. Y así, se percibe menos el sentido de la presencia de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como ‘Corazón latente’ de la ciudad, del país, del territorio en sus diversas expresiones y actividades", dijo.
Al recordar algunas vigilias eucarísticas de preparación a la Santa Misa junto a los jóvenes, el Papa recordó con alegría la de Colonia en 2005, Londres, Zagreb, o Madrid en 2011, e indicó que también son una excelente forma de preparar el corazón para el encuentro y hacerlo todavía más fructífero. "Estar en silencio por un tiempo ante al Señor presente en el Santísimo Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que acompaña complementariamente la celebración Eucarística, escuchando la Palabra de Dios, cantando, y sentándose juntos en la mesa del Pan de vida".
De este modo, continuó, "el verdadero amor, y la verdadera amistad viven siempre de esta mirada recíproca, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y de veneración, para que el encuentro sea vivido profundamente, de modo personal y no superficial".
"Si por desgracia –lamentó– faltara esta dimensión, también la misma Comunión sacramental se puede convertir por nuestra parte en un gesto superficial. En cambio, en la verdadera Comunión, preparada por el diálogo de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza".

"¡El Amor crece a través del Amor...!"


"Es imprescindible que exista la interacción entre amor a Dios y amor al prójimo para entrar en una relación auténtica y total con Dios. En todo caso, ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero.
Sin el contacto con Dios, veremos en el prójimo solamente al "otro", sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si se omite del todo la atención al otro, queriendo ser sólo "piadoso", se marchita también la relación con Dios: Será únicamente una relación "correcta", pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.
Los santos han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor y, viceversa: ¡El Amor crece a través del Amor...!"

COMPASIÓN, GENEROSIDAD, ENTREGA...


COMPASIÓN, GENEROSIDAD, ENTREGA...
“Sean compasivos como es compasivo el Padre de ustedes. No juzguen y no serán juzgados;
no condenen y no serán condenados. Perdonen y serán perdonados. Den y se les dará:
Recibirán una medida generosa, apretada, sacudida y rebosante.
Porque con la medida que ustedes midan serán medidos”.
(Lc 6, 37-38)

Hablar de compasión en nuestros días a alguien le puede sonar a disco de 45 revoluciones, es decir, a música de otro tiempo, pues muchas veces la compasión tendemos a confundirla con el sentimiento de tristeza que se experimenta ante el sufrimiento de alguien por quien nos parece imposible poder hacer algo. Tristeza o lástima que a lo mucho consigue una expresión de lamento como diciendo: ¡Nos gustaría poder contribuir con algo!
Hay que decirlo de nuevo, aunque se haya repetido ya tanto. Los pobres y los necesitados de nuestro tiempo no esperan de nosotros un gesto de lástima, sino un acercamiento con pasión, es decir, con todas las fuerzas de nuestro corazón, sin prejuicios, sin miedos, con generosidad y entusiasmo. Con la fuerza suficiente para demostrar que cada persona la consideramos única, un tesoro, una gracia. Alguien que merece en todo tiempo consideración, ternura y respeto. Alguien a quien consideramos importante e indispensable, pues sin ella en la humanidad no estaríamos completos.
Siguiendo las indicaciones del pequeño texto del evangelio que está al inicio de estas líneas, aprendemos que sólo se puede ser compasivos cuando adoptamos como reglas de conducta la prohibición a juzgar a los demás, lo que pone en su lugar nuestra pretensión de ser el metro para medir el mundo.
Cuando aceptamos como imperativo el no condenar, pues todos somos peregrinos que transitamos por el mismo camino y es muy fácil caer el hueco que otros ya han caído o tropezar con el obstáculo en donde muchos han visto estrellarse en añicos la soberbia y el orgullo que tanto defendemos.
Descubrimos que ser compasivos va de la mano con el perdón que significa convertirse en don para los demás. Perdòn, que quiere decir “gratuitamente” y que en ningún momento puede significar compensación o deuda pendiente que guardamos para sacarla en el momento oportuno como exigencia a los demás.
Perdón que puede acercarnos a la experiencia de perdernos, de renunciar a lo que en algún momento podríamos considerar un derecho o una obligación hacia nosotros por el simple gusto de darnos la posibilidad de sentir lo que significa ser humildes. Perdernos que no significa negarnos todo aquello que nos puede ayudar a ser auténticamente humanos.
Compasión, generosidad y entrega son experiencias que se llaman entre sí y se reclaman como necesarias una de las demás. Dar y ser generosos son paso obligatorio para llegar a la verdadera compasión, pues no hay mayor secreto para poseer todo que abrir las manos para ofrecer lo que somos y tenemos. Sólo en una mano abierta, símbolo de la generosidad, se puede recibir lo que no cabe en los cofres y lo que se puede contabilizar en acciones bancarias. Sólo entonces se descubre el valor de los demás.
Ser compasivos es escuela y camino que llevan lejos, pues nos permite descubrir las riquezas que llevamos dentro. Las otras riquezas no las podrán meter en los ataúdes a donde seguramente nadie irá a pedirnos ayuda.
Las riquezas verdaderas son las que podemos depositar en el corazón de las personas que el Señor nos regala a diario y que serán capaces de recordarnos para siempre como los únicos/as que supimos un día sembrar un pedazo de eternidad en algún corazón humano.
Seguramente un poco de compasión en este tiempo a todos nos vendrá muy bien y, de repente, nos encontraremos con las medidas bien repletas, sacudidas y rebosantes...
P. Enrique Sánchez G. Mccj (Misionero Comboniano)

Día litúrgico: Viernes IX del tiempo ordinario, 8 de Junio del 2012 "Hijo de David"


Día litúrgico: Viernes IX del tiempo ordinario, 8 de Junio del 2012
Texto del Evangelio (Mc 12,35-37):
"En aquel tiempo, Jesús, tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu Santo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies’. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?». La muchedumbre le oía con agrado..."
MEDITACIÓN:
Hoy, el judaísmo aún sabe que el Mesías ha de ser “Hijo de David” y debe inaugurar una nueva era del reinado de Dios. Los cristianos “sabemos” que el Mesías Hijo de David es Jesucristo, y que este reino ha empezado ya incoativamente —como semilla que nace y crece— y se hará realidad visible y radiante cuando Jesús vuelva al final de los tiempos. Pero ahora ya Jesús es el Hijo de David y nos permite vivir “en esperanza” los bienes del reino mesiánico.
El título “Hijo de David” aplicado a Jesucristo forma parte de la médula del Evangelio. En la Anunciación, la Virgen recibió este mensaje: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre» (Lc 1,32-33). Los pobres que pedían la curación a Jesús, clamaban: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (Mc 10,48). En su entrada solemne en Jerusalén, Jesús fue aclamado: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David!» (Mc 11,10). El antiquísimo libro de la Didakhé agradece a Dios «la viña santa de David, tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo».
Pero Jesús no es sólo Hijo de David, sino también Señor. Jesús lo afirma solemnemente al citar el Salmo davídico 110, cita incomprensible para los judíos: pues resulta imposible que el hijo de David sea “Señor” de su padre. San Pedro, testigo de la resurrección de Jesús, vio claramente que Jesús había sido constituido “Señor de David”, porque «David murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se conserva entre nosotros (…). A este Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac 2,14).
Jesucristo, «Nacido, en cuanto Hombre, de la estirpe de David y constituido por Su Resurrección de entre los muertos Hijo Poderoso de Dios», como dice San Pablo (Rm 1,3-4), se ha convertido en el foco que atrae el corazón de todos los hombres, y así, mediante su atracción suave, ejerce su señorío sobre todos los hombres que se dirigen a Él con amor y confianza.

ORACIONES PREPARATORIAS PARA RECIBIR LA SANTA COMUNIÓN - EL CUERPO SANTO DE CRISTO


ORACIONES PREPARATORIAS PARA RECIBIR LA SANTA COMUNIÓN - EL CUERPO SANTO DE CRISTO

"No existe verdaderamente nada mas útil para nuestra salvación que este sacramento en que se purifican los pecados, aumentan las virtudes y se encuentra la abundancia de todos los carismas espirituales. Se ofrece en la Iglesia en provecho de todos, vivos y muertos, porque fue instituido para la salvación de todos los hombres..."
Santo Tomás
(Sermón para la fiesta del Cuerpo de Cristo.)

ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Oh Madre de piedad y de misericordia, Santísima Virgen María. Yo, miserable e indigno pecador, en ti confío con todo mi corazón y afecto; y acudo a tu piedad, para que, así como estuviste junto a tu dulcísimo Hijo clavado en la cruz, también estés junto a mi, miserable pecador, y junto a todos los fieles que aquí y en toda la Santa Iglesia vamos a participar de aquel divino sacrificio,
para que, ayudados con tu gracia, ofrezcamos una hostia digna y aceptable en la presencia de la suma y única Trinidad.
Amén.

ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias, como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.
Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad, limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.
Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino también la virtud y gracia del sacramento !Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y contarme como a uno de sus miembros.
!Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo, en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

ORACIÓN DE SAN AMBROSIO
Señor mío Jesucristo, me acerco a tu altar lleno de temor por mis pecados, pero también lleno de confianza porque estoy seguro de tu misericordia.
Tengo conciencia de que mis pecados son muchos y de que no he sabido dominar mi corazón y mi lengua. Por eso, Señor de bondad y de poder,
con mis miserias y temores me acerco a Ti, fuente de misericordia y de perdón; vengo a refugiarme en Ti, que has dado la vida por salvarme, antes de que llegues como juez a pedirme cuentas.
Señor no me da vergüenza descubrirte a Ti mis llagas. Me dan miedo mis pecados, cuyo número y magnitud sólo Tú conoces; pero confío en tu infinita misericordia.
Señor mío Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre verdadero, mírame con amor, pues quisiste hacerte hombre para morir por nosotros. Escúchame, pues espero en Ti. Ten compasión de mis pecados y miserias, Tú que eres fuente inagotable de amor.
Te adoro, Señor, porque diste tu vida en la Cruz y te ofreciste en ella como Redentor por todos los hombres y especialmente por mi. Adoro Señor, la sangre preciosa que brotó de tus heridas y ha purificado al mundo de sus pecados.
Mira, Señor, a este pobre pecador, creado y redimido por Ti. Me arrepiento de mis pecados y propongo corregir sus consecuencias. Purifícame de todos mis maldades para que pueda recibir menos indignamente tu sagrada comunión. Que tu Cuerpo y tu Sangre me ayuden, Señor, a obtener de Ti el perdón de mis pecados y la satisfacción de mis culpas; me libren de mis malos pensamientos, renueven en mi los sentimientos santos, me impulsen a cumplir tu voluntad y me protejan en todo peligro de alma y cuerpo.
AMÉN.

ALABANZAS AL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR


ALABANZAS AL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Bendito sea el nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea el Espíritu Santo, Paráclito.
Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
Bendito sea San José, su castísimo esposo.
Bendito sea Dios en sus Angeles y en sus Santos.

Cuando no nos sea posible comulgar Sacramentalmente, postrados frente al Sagrario, digamos a Nuestro Señor Sacramentado profundamente arrepentidos de nuestros pecados:

"¡Divino Redentor de mi alma, Señor mío y Dios mío! Yo creo firmemente por que tú lo dijiste, que estás realmente presente en la Hostia Consagrada. Mira a tus plantas a un pobre pecador que arrepentido de sus pecados te pide perdón por haberte ofendido.
Te amo y te adoro con toda el alma, y ardientemente deseo recibirte Sacramentado en mi corazón, pero ya que de esta manera no me es posible hacerlo en estos momentos, tú que eres el Pan Vivo que bajó del cielo para darnos vida eterna, ven al menos espiritualmente a mi alma que por ti suspira.
El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo, guarde mi alma para la vida eterna..."
AMÉN

"¡Gracias, Jesús mío por haber venido a mí!
tú la luz del mundo;
Tú la fuente de agua viva que apaga el ardor de las pasiones;
Tú el Médico Divino que puede sanar todas mis llagas,
Tú mi única esperanza, mi consuelo
mi solo bien, ilumíname, atráeme, protégeme
para que nunca nada ni nadie pueda separarme de tí
que tanto me amas y que anhelas tanto hacerme eternamente feliz..."
ASÍ SEA.

REFLEXIONAR Y HACER CONCIENCIA...


REFLEXIONAR Y HACER CONCIENCIA...
Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes. nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir
A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.
El riesgo siempre es el mismo: Comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.

En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irán haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro incierto e imprevisible.
Conoceremos de cerca inmigrantes privados de asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.

La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.
No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis...

José Antonio Pagola
Bilbao - España

ORACIÓN A LOS SANTOS ÁNGELES PARA OBTENER DEVOCIÓN A JESÚS SACRAMENTADO


ORACIÓN A LOS SANTOS ÁNGELES
PARA OBTENER DEVOCIÓN A
JESÚS SACRAMENTADO
Ángeles del cielo, que rodeáis el Santo Tabernáculo del Altísimo, me uno a vosotros en los homenajes y adoraciones que rendís día y noche a Jesús Sacramentado. Quisiera amarle con un amor tan puro, tan verdadero, tan ardiente como el vuestro; pero soy tan ruin y pecador que nada puedo hacer que sea digno de su Divina Majestad. Dignaos suplir mi cortedad, y alcanzadme las gracias que necesito para recoger los frutos de tan santa devoción. Feliz el alma que encuentra sus delicias en vivir junto al Tabernáculo del Señor, y allí conversar con su Amado y pasar las horas en su compañía. ¡Oh Ángeles del cielo! Venid en mi auxilio, inflamad mi alma con el fuego del amor que os abrasa, para que mi corazón sea digno de adorar a Jesús Sacramentado.
AMÉN

COMUNIÓN ESPIRITUAL


COMUNIÓN ESPIRITUAL
ORACIÓN PREPARATORIA.
Aquí estoy en vuestra divina presencia, Jesús mío, para visitaros.
He venido, Señor, porque me habéis llamado.
Vuestra presencia real en la Sagrada Eucaristía, es el eco de aquellas palabras que nos dirigís en el Evangelio: "Venid a Mí todos los que estáis cargados con vuestras miserias y pecados y Yo os aliviaré". Aquí vengo, pues, como enfermo al Médico, para que me sanéis; como pecador al Santo, para que me santifiquéis; y como pobre y mendigo al rico, para que me llenéis de vuestros divinos dones.
Creo, Jesús mío, que estáis en el Santísimo Sacramento del Altar, tan real y verdaderamente como estabais en Belén, como estabais en la cruz y como estáis ahora en el Cielo.
Espero en Vos, que sois poderoso y bueno, para santificar mi alma y salvarme.
Os amo con todo mi corazón, porque sois la Bondad infinita, digno de ser amado de todas las criaturas del Cielo y de la tierra; y me habéis amado hasta derramar vuestra sangre y dar vuestra vida en la cruz por mi.
Vengo aquí a buscar un refugio contra la corrupción del mundo. En el mundo todo es falsedad y mentira; vengo a Vos que sois la Verdad eterna. El mundo está lleno de abismos de iniquidad; vengo a Vos que sois el único Camino de la felicidad. En el mundo todo es sensualidad y pecado; vengo a Vos que sois Vida y Santidad de las almas.
¡Dadme luz, Señor! ¡Que yo os vea presente en el Sagrario con los ojos de la fe; y que mi corazón beba hasta saciarse de la fuente del Amor divino que brota de vuestro Corazón Sacramentado!
COMUNIÓN ESPIRITUAL.
Creo, Jesús mío, que sois el Hijo de Dios vivo, que habéis muerto en la cruz por mi, y estáis ahora real y verdaderamente en el Santísimo Sacramento del Altar. Os pido perdón de todos mis pecados. Os amo sobre todas las cosas y deseo recibiros. Venid a mi corazón. Os abrazo. No os apartéis jamás de mí.
Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
6. ORACIÓN FINAL.
Gracias, Jesús mío, por la bondad con que me habéis recibido y permitido gozar de vuestra presencia y compañía amorosas.
Me vuelvo a mis ocupaciones. Mi corazón queda contigo. En mi trabajo y en mis descansos me acordaré de Ti, y procuraré vivir con la dignidad que merece vuestra amistad divina.
Dadme vuestra bendición y concédeme todas las gracias, que necesito, para amaros y serviros con la mayor fidelidad.
Bendice, Señor, a nuestro Santísimo Padre el Papa, vuestro Vicario en la tierra; ilumínale, santifícale y líbrale de todos sus enemigos.
Bendice a vuestra Iglesia Santa y haced que su luz brille en todas las naciones; y que los paganos conozcan y adoren al único verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo.
Bendice a vuestros sacerdotes, santifícalos y multiplícalos.
Bendice y protege a nuestra nación.
Bendice a todos nuestros bienhechores y concédeles la bienaventuranza eterna.
Bendice a los que nos han ofendido y cólmalos de beneficios.
Bendice a todos nuestros familiares y haced que vivan todos en vuestra gracia y amistad y que un día nos reunamos en la Gloria.
Da el descanso eterno a todas las almas de los fieles difuntos que están en el Purgatorio.
Da la salud a los enfermos. Convierte a todos los pecadores. Danos a todos vuestro divino amor, para que la fe que nos impide ahora ver vuestro santísimo rostro se convierta un día en luz esplendorosa en la Gloria, donde en unidad con el Padre y el Espíritu Santo te alabemos y bendigamos por los siglos de los siglos. Amén.